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¡Increíble! Surfear en las Playas de Michoacán, México es como estar en el Paraíso



Tras décadas de violencia, el estado mexicano de Michoacán se ha convertido en un lugar pacífico donde las comunidades locales se garantizan su propia seguridad. Sin embargo, la amenaza del narcotráfico y los abusos gubernamentales sigue estando latente.


"Tengo 15 años viniendo aquí, pero empecé a surfear hace seis años. Era un contraste de realidades: de un lado la gente peleaba por la tierra, la justicia, la libertad... y del otro lado nosotros disfrutando, pero corriendo el peligro de que vinieran los criminales". La que habla es Marina López, una mujer originaria de Guadalajara que está dispuesta a pasar un buen fin de semana en uno de los paradores turísticos de la costa del estado de Michoacán, en el Pacífico mexicano.

Y es que las cosas no siempre han estado calmadas en esta región de México. Por lo menos desde el año 2002, la presencia de grupos del crimen organizado ha sido constante, dejando un rastro de asesinatos, desaparecidos y una fractura en el tejido social de algunas comunidades que componen esta costa. Primero Los Zetas, luego La Familia Michoacana y finalmente Los Caballeros Templarios, estos grupos criminales han usado estas tierras para el trasiego de cocaína procedente de Colombia, o como campos de entrenamiento y fosas clandestinas. Hoy la situación es radicalmente otra.

Germán Ramírez, director de la Policía del municipio de Aquila, ayuntamiento que comprende el 70% de la región costa, afirma que en la actualidad se ha logrado acabar con la presencia de grupos criminales en la región, aunque también es cauteloso e indica que en el municipio colindante de Lázaro Cárdenas todavía hay algunas células de los Caballeros Templarios y que estos grupos no han perdido el tiempo para reorganizarse y tratar de conseguir apoyos para retomar sus 'negocios'.

Cuesta trabajo pensar que en las tranquilas playas de esta zona, en paradores como La Ticla, Palma Sola, Manzanillera, Faro de Bucerías, Maruata y muchos más, durante más de una década se viviera el horror del control criminal, no solo de la vida pública, sino del poder político, ya que para finales de 2006 las presidencias municipales estuvieron encabezadas por políticos que también se integraron al crimen organizado; como el caso de Mario Álvarez, dos veces alcalde de Aquila y hoy acusado por las comunidades de ser el autor intelectual de varios crímenes y desapariciones, así como de impulsar negocios mineros sin el procedimiento que marca la ley.

"Muchas veces no podíamos salir del agua porque ellos estaban frente al mar, con sus pistolas, y tu no quieres que ellos te vean, porque yo paso mucho tiempo aquí, lo mejor es tener un bajo perfil, que no sepan quién eres, que no te ubiquen y que no te agarren maña. Muchas veces no podíamos salir, teníamos que remar algunos kilómetros y rodear", continúa Marina mientras se acerca a saludar a una de las familias que resistieron la presencia de los criminales.
Surfer argentino que regresa con frecuencia porque las olas las considera de las mejores del mundo. / Heriberto Paredes

Fue la comunidad indígena de Santa María de Ostula la que resistió más y, sobre todo, la que se organizó para construir su propia seguridad, ya que las policías municipales y estatales de entonces estaban cooptadas por los Templarios, principalmente. Luego de varios intentos, esta comunidad logró desde el año 2014 'limpiar' la zona y mantener una Guardia Comunal que vigila y se coordina con la actual Policía del municipio, misma que dirige el comandante Toro, como también se le conoce a Germán Ramírez.

"Nosotros estamos patrullando la región de la costa pero también nos coordinamos con los municipios de Chinicuila y Coahuayana para evitar que se nos cuele algún malandro desde la sierra. Ahora la gente puede estar tranquila porque es la propia comunidad la que decide el rumbo que debe tomar la seguridad y nosotros estamos para servir a las comunidades", afirma Toro mientras se prepara para asistir a una fiesta en donde, entre saludos y sonrisas, la gente verá como sus jinetes doman grandes animales en el rodeo.


Ceremonia ritual que realiza la comunidad antes de los festejos de la Semana Santa y en la que participan muchos jóvenes. /Heriberto Paredes
"Al principio fue como un milagro, –sonríe Marina– parecía que no iba a parar nunca, pero después dio un poco de miedo, porque está tan tranquilo que no puede que sea normal. Este miedo a que todo vuelva a ocurrir y ellos [los criminales] van a volver con más fuerza, pero ahora que ha pasado más tiempo, se siente más tranquilo y más normal, la gente sigue de pie, la lucha sigue y eso da mucha calma; es como el paraíso, porque este es el lugar más seguro de todos en los que he estado".


Sin embargo, tanta tranquilidad también ha despertado codicia y ataques por parte de las instituciones mexicanas. Por un lado, se tiene conocimiento –según investigaciones hechas por la propia comunidad de Ostula– de al menos 38 concesiones mineras, del interés en convertir la zona en un desarrollo turístico de gran alcance y, por otro lado, de la ambición que pesa acerca de la posibilidad de explorar más hectáreas en la búsqueda de minerales como oro y hierro. El reciente pacto hecho entre el presidente ejecutivo de Arcelor Mittal, Lakshmi N. Mittal –el tercer hombre más rico del mundo– y el gobernador Silvano Aureoles, ha despertado suspicacias, ya que una de las condicionantes para que se haga una inversión de mil millones de dólares es el desarrollo minero y la construcción de infraestructura en muchas regiones de la entidad, incluida la costa.
"No hay bares, todo está en estado más puro, la gente me pregunta si no me aburro, si no me dan ganas de ir a un bar como en Sayulita o en Oaxaca; yo lo que digo es que aquí vivimos simple pero felices y hay olas superbuenas, no es el lugar más fácil para aprender a surfear, pero cuando vienes te entretienes" me dice Marina antes de ir a prepararse para aprovechar las mejores olas del día. Mientras, la comunidad sigue su ritmo tranquilo de vida, que si bien es cierto no tiene muchos sobresaltos, ofrece actividades diarias que mantienen a todas las personas ocupadas.

Tal vez lo que es más notorio es la necesidad de construir alternativas para que las y los jóvenes no vuelvan a enfilarse en el crimen organizado o para que el narcomenudeo no regrese; hace falta más inversión en programas educativos, en servicios médicos, en programas extraescolares, más que en minas, carreteras y hoteles, una estrategia que en otras playas mexicanas ha dejado pobreza, desigualdad, contaminación, delincuencia y niveles altos de migración.

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